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lunes, 14 de noviembre de 2011

Las mujeres se pintan. Ana María Shua. Iniciación lectora.





Las mujeres se pintan antes de la noche.
Los ojos, la nariz, los brazos, el hueco poplíteo, los dedos de los pies.
Se pintan con maquillajes importados, con témperas, con lápices de fibras.

En el alba, ya no están.

A lo largo de la noche y de los hombres, se van borrando.

Muchos la llaman "la reina del microrrelato". Pero la verdad es que Ana María Shua se destaca en todo lo que escribe. Destila pasión y arte.

¿Y cómo comenzó todo? Tal vez de la misma manera que muchos, deslumbrados por algún libro de la infancia, con el hábito de sostenerlo en las manos, a la hora de irse a la cama, sitio poblado por infinidad de personajes (los buenos nos esperaban arriba, los malos, por lo general, se escondían debajo de la cama. Al menos así era en mi caso). Y mis padres también me retaban cuando llevaba los libros a la mesa, durante las comidas compartidas. Y yo, en mi ingenuidad, ponía el libro abierto en el piso y trataba de leer "desde arriba," robando minutitos a la conversación familiar.
Aquí el testimonio de A. M. Shua:

"A los seis años alguien me puso en las manos un libro con un caballo en la tapa. Esa misma noche yo fui ese caballo. Al día siguiente ninguna otra cosa me interesaba. Quería mi pienso, preferiblemente con avena y un establo con heno limpio y seco. Nunca antes había escuchado las palabras pienso, avena, heno, pero sabía que como caballo necesitaba entenderlas. Durante una semana pude haber sido Black Beauty pero fui Azabache, en una traducción inteligente y libre. Fui caballo de tiro y caballo de alquiler, recibí latigazos, estuve a punto de morir, fui rescatado... y llegué a la última página. Entonces, con terrible dolor, volví a mi cuerpo y levanté la cabeza: el resto del mundo todavía estaba allí. “Deja eso que te va a hacer mal”, decía mi madre. “No se lee en la mesa”, decía mi padre. Entonces descubrí que podía volver a empezar. Y otra vez fui Azabache y otra vez y otra vez.

Después descubrí que podía ser un pirata y muchos, y la ciudad de Maracaibo y ser hombre, manatí, horror o piedra. Lo que acababa de empezar en mi vida no era un hábito: era una adicción, una pasión, una locura."

Sin duda, "los lectores nos hacemos"... y lo que tenemos que hacer como adultos es enseñar a desentrañar y disfrutar los mundos que nos regala la literatura. Es uno de los mejores legados que podemos dejar. .

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