p:first-letter { display:block; margin:5px 0 0 5px; float:left; color:#035EFC; font-size:60px; font-family:vivaldi; }

miércoles, 20 de julio de 2011

Libros... Bibliotecas... ¡Qué experiencia!




De pronto, se encontró delante del Mercato Nuovo y el inconfundible olor ácido de libros viejos la hizo deternerse: su agudísimo olfato continuaba vivo. Provenía de una librería antigua; en el escaparate, un antiquísimo ejemplar abierto colocado sobre un atril llamó su atención. Las páginas que se exhibían estaban incompletas. Párrafos enteros carcomidos por siglos de intemperies habían desaparecido. Ese libro se le parecía: estaba tan maltrecho e incompleto como ella. Echó un vistazo al interior de la tienda y no vio a nadie. En la densa penumbra se adinivinaba un gran pasillo con una escalera de madera que desembocaba en la antesala de un segundo piso. Columnas de estanterías subían hasta perderse en la oscuridad apilando miles de volúmenes decrépitos y enfermos. Nunca se había detenido a pensar que los libros también enferman de soledad y abandono.
(...) Una vez dentro, fue recorriendo con la mirada los maltrechos lomos de los libros, acariciándolos con los dedos sin atreverse a tomar ninguno. Cada estantería semejaba el corredor de un hospital en el cual se acumulaban enfermos que agonizaban sin que nadie se dignara hacerles caso. Tratados de historia, filosofía y ciencias políticas vivían los estertores de la muerte. Manuales de urbanidad y buenas costumbres de otros siglos yacían sobre capas de polvo y telarañas. Novelas de suspense, de intrigas, de amor, se extendían desarticulados sobre las mesas como cuerpos mutilados. Capítulos enteros desaparecidos, comienzos perdidos, finales sin inicios. Páginas sin dueño, palabras rotas, frases inconclusas, apellidos sin nombre. Los protagonistas salidos de las páginas deambulaban como fantasmas revueltos; condes, doncellas, juristas, cardenales, huérfanos, metafísicos, papas, geógrafos, alquimistas, cortesanas, sabios, donjuanes... todos miraban sin reconocerse, aullando perdidos entre aquellas paredes, buscando descansar en paz.
(...) Buscó con la mirada al librero de los ojos sin fondo pero no lo encontró; se había evaporado, dejándola inmersa en aquel océano de palabras sin dueño.


Ángela Becerra. Ella que todo lo tuvo.
.

No hay comentarios: