Educar es servir desinteresadamente a la
singularidad y originalidad de cada uno.
Es servir desinteresadamente a la gran
idea que Dios ha puesto en cada personalidad,
y así servir al mismo Dios.
Esto
exige tener respeto ante cada hombre, ante cada destino humano,
ante cada
manera de ser y
ante los diferentes talentos.
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